CRISTINA Y ALBERTO "ARMONIZARON"
Se fue uno de los funcionarios más criticados por Cristina. Su movida, la reacción del presidente. El reencuentro en Tecnópolis. Los dos discursos. Las palabras, los gestos de Cristina, la lapicera en primer plano. Guzmán sin un aliado en la gestión.
El presidente Alberto Fernández vivió una larga jornada este sábado en Olivos, atareado en varias reuniones. Una de las primeras, un palique con el canciller Santiago Cafiero preparando el viaje hacia Los Ángeles a la Cumbre de las Américas. El ministro le acercó material escrito para el discurso en el cónclave. Faltarán presidentes de la región, sobrarán sillas vacías: el presidente estadounidense Joe Biden inventó un “derecho de admisión” ilegal, a pura prepotencia.
AF comenzaba a trazar el borrador de su intervención pidiendo “un proceso de integración sin exclusiones”, insertando planteos sobre la seguridad alimentaria. Se propone subrayar la falta de solidaridad de los poderosos del planeta para ayudar al resto del mundo frente a la pandemia. Y propugnar que sea distinto el modo de afrontar las tremendas secuelas de la guerra en Ucrania.
Los ejes de la jornada viraron pronto; desembocaron en el pedido de renuncia al ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas. Para ésta, es crucial señalar que AF reaccionó con reflejos veloces, de volea. Salvando distancias como cuando le pidió la dimisión al ex ministro de Salud, Ginés González García. En esta contingencia tuiteando “comparto el malestar expresado por Cristina”.
El detonante parece asombroso: nadie aconsejaría a un ministro instalar un conflicto dentro del Gobierno después del reencuentro de la fórmula presidencial en Tecnópolis. Pero los seres humanos fallan, más en situaciones de presión. En el plazo corto, AF y Cristina armonizaron. El equipo económico sufrió una baja importante.
En la caldera de Twitter detonó un debate sobre el uso o abuso del off the record, aludido por Cristina. Desde el entorno presidencial marcaron una diferencia: subrayaron que la inconducta sancionada fue la falsa denuncia de un acto de corrupción oficial; no el modo de difundirla.
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Funcionarios en jaque: La primera pregunta del millón es si recrudecerá la ofensiva contra el ministro de Economía Martín Guzmán, el de Trabajo Claudio Moroni y el presidente del Banco Central Miguel Pesce. Los principales “funcionarios que no funcionan” según la lectura kirchnerista.
En el Gobierno replican que ese efecto cascada no sucederá, que Kulfas cometió una torpeza imperdonable, individual. Que las aguas deben calmarse. Al fin y al cabo, la continuidad (en un contexto más espinoso) de la táctica elegida por AF tras el enfriamiento en las relaciones con Cristina. Concentrarse en la gestión, minimizar referencias o repercusiones sobre las recriminaciones internas. Objetivo declamado que no siempre se cumple, pongalé. Pero que está fijado como meta.
El clima venía caldeado desde anteayer pero, a la vez, dejaba la impresión de estar bajo control. Las lecturas del sector albertista oscilaban. Un ala optimista destacaba la confluencia, los intercambios, las señales de unidad. La consigna era “seguimos unidos, hay un solo proyecto del Frente de Todos para la Argentina más allá de las divergencias. YPF, Tecnópolis, el desarrollo, la industrialización”. Una mirada voluntarista, tal vez. Un mensaje tranquilizador, en cualquier caso.
Un ala menos conforme rumiaba malhumor en silencio. Dentro del equipo económico se percibían broncas pero ningún protagonista las verbalizaba. La intención era dejar transcurrir el fin de semana, seguir laburando en tareas para la próxima. Guzmán dejo trascender que estaba consagrado a full a esos menesteres, cuando ardía la tarde del fresco sábado otoñal.
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El modelo en debate: Hasta ayer, Kulfas era uno de los funcionarios predilectos del presidente. Lo acompañaba desde el Grupo Callao. Los resultados económicos “macro” ensalzados por el presidente y su entorno se reconocían, en alta dosis, como consecuencia del desempeño del ahora exministro.
Quizá, estilizando o simplificando un poco, puede decirse que el Gobierno ha concretado, hasta ahora, un proyecto desarrollista exportador con bajos salarios. Lo antedicho no es un juicio de valor definitivo sino la descripción de su estadio actual.
La divergencia con otros sectores del peronismo es que el presidente Alberto y sus allegados piensan que ese “modelo” (resaltamos las comillas) evolucionará. Confían en que se sostendrán crecimiento y creación de empleo, sobrevendrán mejores niveles salariales. Para los críticos internos, se trata de un progreso (o “derrame” para los más sarcásticos) dudoso o imposible. Hacen falta medidas distintas, novedosas, tensando la relación con las grandes patronales. Este cronista opina parecido: el gobierno necesita relanzarse, promover políticas audaces, crear derechos, pegar un salto cualitativo.
Guzmán pierde un compañero de gestión con el que sintonizaba muy bien, un aliado permanente. Dato no menudo. Un funcionario albertista dotado de memoria y de sentido del humor recuerda una anécdota del cuadrazo brasileño Celso Amorim quien fuera ministro de los expresidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff. En sus albores, Amorim no provenía del PT, la fuerza política de Lula. Tenía contradictores que le refregaban su falta de pertenencia y que nadie lo había votado. Amorim, con amable sorna, reconocía y retrucaba: “tengo un solo voto, el de Lula”. El caso de Guzmán podría ser similar. AF lo viene bancando ostensiblemente, le da espacio. La designación de Guillermo Hang en reemplazo de Roberto Feletti como Secretario de Comercio Interior constituye el ejemplo más reciente de una larga saga.
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El día antes: Es frecuente que los abogados reciban lapiceras de regalo, tradición que se remonta a cuando escribían mucho a mano. Alberto Fernández habrá acumulado muchas, ninguna tan dotada de sentido y de mandatos como las que le entrega (o le impone) la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “La lapicera” equivale al poder, a la decisión política, a la resolución de conflictos, a tomar partido. Ningún presidente tendría que “firmar al pie”, proclama con otras palabras Cristina ante escenarios que ella misma configura.
El peculiar formato del viernes llegó cargado de simbolismos: Tecnópolis, el centenario de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y el aniversario de su expropiación. Exaltación de lo estatal y de lo público, de la larga tradición nacional-popular iniciada por el presidente Hipólito Yrigoyen. Y de los gobiernos kirchneristas.
La coreo fue iniciativa de Cristina. Mediaron sonrisas, usos abundantes del vocativo (“vos, Alberto”, “vos Cristina”) algunas bromas sobre una letra de Luis Alberto Spinetta u otra menos acre sobre un libro de la académica Chantal Mouffe. Pero el mensaje fue claro: sin estridencias ni eufemismos, Cristina plantea a viva voz que “Alberto” debe asumir los conflictos, no gobernar como si la Argentina fuera Suiza.
Entre otras demandas exigirle al Grupo Techint que produjera “acá las chapas laminadas” que usará para construir un gasoducto, que no se valga de su condición de multinacional para fabricarlos en Brasil
Se sabe: ese reclamo dista de ser el único o el principal. Fue preciso, minucioso… encaja dentro de planteos más vastos. Entre otros, el combo referido al desacople de los precios de los alimentos. La necesidad de aumentar retenciones que el presidente rehúsa alegando que no sería posible conseguir las mayorías necesarias en el Congreso. En las semanas recientes se añade la urgencia de medidas complementarias. Reforzar cupos a exportaciones, aumentar controles de precios.
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El contorno y “la política”: A AF le cayeron en (mala) suerte dos catástrofes planetarias: la pandemia y la guerra europea. Como pocas veces, acaso como ninguna, todos los países atravesaron simultáneamente desafíos, dolores, pérdidas o tragedias similares. No idénticas porque todo crece desde el pie, desde las condiciones originales. Peor aún, las hecatombes acentuaron las concentraciones de poder y las desigualdades preexistentes.
La guerra en Ucrania cumplió cien días, todo indica que se prolongará mucho. Rusia fue el invasor. La Organización del Atlántico Norte (OTAN) provocó las condiciones previas. Y escaló la contienda con Estados Unidos a la cabeza. Tallan vendedores de armas, mercenarios. No lo diga en voz alta, que queda “cipayísticamente incorrecto”, pero a Joe Biden lo favorece el conflicto porque lo inviste de un liderazgo inesperado. Hay demasiados interesados en que la guerra no cese abruptamente… ni siquiera pronto. En este mundo cruel hay poco espacio para milagros.
Las elecciones presidenciales ulteriores a la pandemia fueron tendencialmente aciagas para los oficialismos. Con matices locales, con diferencias que están en el inventario, a los gobernantes les fue mal. El expresidente estadounidense Donald Trump encabeza la lista de derrotados porque el tamaño importa. El presidente francés Emmanuel Macron hizo excepción a la regla pero sin cambiar la tendencia. Las poblaciones que padecieron muertes y privaciones de libertades se inclinan (de nuevo, en general aunque no unánimemente) por cambiar de gobierno. La reciente primera vuelta en Colombia ofrece un ejemplo matizado, muy de época. El uribismo, que dominó la escena durante largo rato, no llegó al ballotage en el que contienden dos candidatos “críticos” de dispar ideología. Pero, en una de esas, el sesgo pro derecha de la coyuntura mundial sea confirmado en la segunda vuelta. Nunca se sabe hasta que se cuenta el último voto.
El Frente de Todos perdió las elecciones de medio término. Precisa mejorar “la vida de la gente” para conservar posibilidades para las presidenciales de 2023. La derechización es un fenómeno mundial que se condimenta con el desencanto ciudadano, la apatía, el repliegue al individualismo. La ya mencionada Chantal Mouffe escribió en Europa muchos años atrás que “la principal experiencia de los individuos en la actualidad es la propia destrucción de las condiciones de solidaridad colectiva” (“En torno de lo político”). El texto podría haberse redactado ayer en la Argentina.
Deprime la productividad del sistema político institucional y de la mayoría de los medios. Discusiones banales, griteríos o hasta agresiones.
El Gobierno propone una reforma de la Corte Suprema impracticable, de dudosa constitucionalidad, ajena a las vivencias o percepciones de la gente común. Incomprensible para la mayoría, para colmo.
El nombramiento del exgobernador, exembajador, exvicepresidente, Daniel Scioli privilegia el perfil político sobre la formación económica. Para la interna del Frente de Todos: se fue un aliado "de la primera hora" del presidente e ingresó un arquetípico centrista. Scioli es un componedor nato, un protagonista que sabe convivir y sobrevivir sin generar reyertas. Amén de un funcionario con largo rodaje como comprueba la incompleta lista de “ex” reseñada renglones arriba. Scioli pidió unos días para organizar el regreso desde Brasilia. Jurará cuando el presidente retorne desde Los Angeles. Fernández tomó la decisión mientras concretaba con una seguidilla de reuniones pre programadas.
La renuncia de Kulfas sucede a una seguidilla de enfrentamientos, errores e irresponsabilidades. La magnitud de la crisis, el impacto sobre la continuidad del equipo económico se irán dilucidando día tras día. El lunes se empezará a medir si la interna frentetodista se encauzó o se aceleró. Todas estas historias continuarán.
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